
Parte I: pensar más allá
El ser humano que no ha encontrado el centro de su persona, la razón de su existencia que aglutina todos los fragmentos de su personalidad, anda disperso. Para compensar el desasosiego provocado por esta diáspora psíquica intenta convertirse en el centro del universo y así acaparar la atención y los cuidados de los demás. Pero nuestro universo es muy limitado. “Somos tan presuntuosos que quisiéramos ser conocidos en toda la tierra, incluso de gente que ha de venir cuando ya no existamos. Y somos tan vanos que la estima de cinco o seis personas que nos rodean nos agrada y nos contenta.” (B. PASCAL, Pensamientos nº 120).
En las personas que amamos y admiramos proyectamos la figura del juez que tiene criterio para valorarnos, porque son quien mejor nos conoce y esperamos que el amor suavice su sentencia. Por eso, al igual que Kafka, las erigimos como árbitros cuya opinión nos afecta profundamente. Pero en el momento en que sospechamos que hemos dejado de ser su centro de atención, surgen los celos. En cuanto no hemos sido elegidos para participar en determinada tarea relevante, nos sentimos rechazados. No soportamos no ser imprescindibles, porque ello implicaría que nuestra vida no merece la pena tenerse en cuenta, y la soledad sería el castigo lógico a nuestra presunta inutilidad.
Con demasiada frecuencia nos ponemos a la defensiva y reaccionamos con agresividad, como un animal acorralado. Si el blanco de nuestros celos goza de cierto estatus, nos rebelamos abiertamente contra su autoridad. Lo descalificamos aprovechando cualquier error o, incluso, recurriendo a la calumnia. Porque, como lo que nos duele es que no nos valore, intentamos desacreditarlo para autoconvencernos de que su opinión no vale. Entonces, despechados, arremetemos contra quien supuestamente más amamos. Pero revestir nuestra fragilidad con un disfraz de autosuficiencia, exhibir ostentosamente presuntas victorias o utilizar una máscara amenazadora son estrategias de defensa muy primitivas que esconden el propio miedo. Todo es una comedia que no sana la herida de nuestro interior, porque no nos sentimos amados en nuestra vulnerabilidad, ya que sabemos perfectamente que todo es pura apariencia y, el día en que alguien desvele nuestra verdad, perderemos su aprecio. Porque en el fondo, la auténtica pelea es con Dios. Lo que realmente estamos buscando es la aprobación de nuestro Padre. Tenemos necesidad de ser amados gratuitamente. Reprimido en lo más inconsciente se encuentra el deseo ardiente de ser sus favoritos. Pero intentamos ganar su aprecio. No queremos estar a merced de un misterio, sino que pretendemos conquistarlo para tener nosotros el control. ( agradecimientos a (Sartre, Kafka, Shopenhauer, Pascal y otros)
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